Te colaste dentro de mí a empujones, absorbiendo cada uno de los rincones de mi alma que seguían vacíos, llenando los espacios huecos y los que estaban rotos. Como si hubieras llegado en el momento preciso, para cicatrizar cada una de mis heridas con tus labios. Encerré tu recuerdo bajo llave, sin tener la capacidad de controlarlo en los momentos menos adecuados, y era entonces cuando asaltabas las dudas de las que se servía mi mente. Cuando llegabas de golpe, sin avisar, sin llamar, removiendo todo lo que encontrabas por el camino, rompiendo mis esquemas preestablecidos.
Me enamoré de ti enmedio de una de tus sonrisas, y sin quererlo, te clavaste tan adentro que por más que lo intente no puedo arrancarte.
Llegué sin mí, sin saberlo hasta que apareciste tú, y me fui contigo. Contigo en la cabeza, en el vacío de mi estómago, revolucionando todo aquello que encontrabas entre mis sueños.
Y yo pensé, qué suerte quién despierte entre tus brazos, quién haga que te sientas exactamente como yo me siento ahora, quién te haga enloquecer, y te baje la luna para subirte a ella de nuevo después de hacer el amor.
Eso debe ser la suerte, pensé. Tú debes ser suerte. Debes ser magia.
Y yo encontrándola, en este rincón.
Pero de qué sirve la magia si no estás tú.