Enero amanecerá sin ti. A veces me sorprende la frialdad con
la que pienso en ello. En que no vas a estar aquí para atragantarte con las
doce uvas, o en que no vas a volver a emborracharte ni a decirme que tienes
alguna de tus historias que contarme. Pero es que si no me tomara esta
distancia, se me rompería el corazón cada vez que pensara en ti. Es irónico que
la mayor parte de las cosas que me has enseñado las he aprendido ahora que ya no
estás aquí. Tú, que siempre decías que me admirabas, te sorprenderías de saber
lo mucho que me has cambiado. Aún no entiendo el vacío que has dejado en todas
las cosas que dejaste a medias, y en todas las que aún no habías podido
empezar, y hablo en serio cuando te digo que por más que pasen los días, no me
creo que no volverás. Todos hablamos de ti como si aún estuvieras aquí, y lo
hacemos con una sonrisa en la cara para disimular que, de repente, nos brillan
los ojos y nos tiembla la voz. Me da un vuelco el corazón cada vez que tengo
que pronunciar tu nombre, y se me anuda la garganta cuando veo una foto tuya. A
veces por accidente, a veces para que no se me olvide el color de tus ojos, ni
el de tu sonrisa.
Mi vida no ha vuelto a ser la misma desde esa mañana, y
jamás podré olvidar el segundo exacto en el que cambió todo. Que desperté
siendo una y me acosté siendo una extraña en mi propia cama. Parecía que lo
estuviera viendo todo desde el espacio, las cosas se movían a cámara lenta, y
yo intentaba agarrarme a la realidad que conocía de una manera desesperada,
intentando obviar lo inevitable: que todo se estaba desmoronando y jamás
volvería. Todo lo que pensaba que sabía sobre la vida se fue con la tuya.
Y ahora me encuentro aquí escribiendo estas palabras como si
esta historia no fuera la mía. Como si fuera otra persona la que hubiera tenido
que pasar por todo esto, porque en mi cabeza, estas cosas no pasan. Sabes que sucede,
pero no a ti. Y ahora el mundo se está desmoronando y todo empezó contigo, que
me arrancaste los parámetros de golpe, de cuajo, igual que el corazón esa
mañana de Diciembre, y sé que una parte de él te la llevaste contigo.
Tengo miedo, amiga, tengo mucho miedo. Me cuesta admitirlo,
pero no hace falta que te lo explique porque ahora que no estás conmigo es
cuando siento que más estás a mi lado. Que puedes observarme desde un cielo en
el que nunca he creído y que sabes lo que estoy pensando. Y también sabes que
no puedo ni siquiera escribirlo así que confío en que esto te baste para acabar
de comprenderlo. Tengo un miedo terrible porque he aprendido que las cosas
malas sí suceden. Y que no te avisan. Y que te cambian todo lo que conocías en
un puto segundo. Que son inevitables. Que tienen una fuerza superior a
cualquier otra. Que te sacuden y luego te dicen "y ahora vuelve a tu casa,
y mañana te levantas, desayunas, y sales a la calle porque el tiempo no va a
pararse por más que lo desees". Y que yo no quiero. Y hasta ahora, aún
sabiéndolo, nunca lo había entendido.
Hay tsunamis que arrasan con todo, con cosas que no pueden
explicarse con palabras. Hay tsunamis que arrasan contigo. Y dime cuanto tiempo
tendrá que esperar esta ciudad para reconstruirse, si los muros sobre los que
se sostenían han sido derribados. No hay nada peor que sentir que el miedo te
tiene atrapada en un sitio desconocido. No hay nada peor que no saber ni donde
ni hasta cuándo.