viernes, 30 de septiembre de 2011

Eso fue...

... lo que podría haber sido el principio de una historia de amor. De esas que le pone los pelos de punta a la gente más sensible, con la que todos hemos soñado alguna vez. Yo también.
Bajé al andén poniéndome bien la chaqueta y cogiendo el móvil fuerte con la mano, con los ojos clavados en la pantallita que indicaba que el metro llegaría en apenas unos 15 segundos. Subí al vagón con prisa y me senté en el primer asiento que vi libre, la música retumbaba en mis auriculares tan fuerte que me hizo olvidar todo lo que tenía alrededor en cuestión de segundos.Cerré los ojos fuerte y te imaginé.
Te vi de pie, con tu sonrisa de los viernes, agarrando la maleta con la mano derecha y con los billetes en la otra, mirando el reloj y la puerta alternativamente de manera nerviosa. El corazón te latía con fuerza, como siempre que los nervios se apoderaban de ti y tu mano temblaba ligeramente. No lo sabías pero algo te decía que iba a venir, que llegaría justo a tiempo para sentarme a tu lado en el vagón 23. Yo estaba muerta de miedo mientras las lucecitas de las paradas iban iluminándose conforme el tren paraba, la gente subía y bajaba en un tránsito imparable y yo pensaba en ti. No hacía nada más que pensar en tu mirada. Llevaba demasiado tiempo atrapada en tus ojos, y sólo quería que el tiempo se detuviera y que tu recuerdo se hiciera de una vez real.
Entonces llegué. El cartel verde que anunciaba la estación se iluminó y las puertas se abrieron en un chasquido. La gente se empujaba por bajar y yo me levanté rápido. Entonces me di cuenta que estaba temblando, que tenía la mano cerrada en un puño y que mis piernas se habían quedado paralizadas. Que no quería bajar. Que no podía verte, que tenía demasiado miedo de encontrarme frente a ti y que se me cayera el mundo. Me quedé enfrente de la puerta, en esa lucha entre el pensar y el sentir, mientras mi corazón me intentaba empujar con toda sus fuerzas hacía fuera, pero yo no pude dar un paso. Controlé mis instintos sin saber muy bien porqué lo hacía y me quedé mirando el exterior sin ver nada, ahora a través del cristal frío de la ventana del vagón. Me moví, avanzábamos. Me iba, sin ti.


El fuego incandescente de tu huella había marcado mis ojos, y por eso la gente me miraba y se apartaban al pasar. El viento había secado mis lágrimas pero yo me sentía esparcida en mil pedazos por el suelo. Esa sensación de estar rota por dentro duele, y yo jamás lo había entendido hasta hoy. Andaba con la mirada fija en el suelo y creía verte en todas las esquinas. No podía quejarme, había dejado pasar la oportunidad de lo que podría haber significado el resto de mi vida. El resto de una vida a tu lado, compartiendo sábanas y secretos, lágrimas y sonrisas, compartiendo todo lo que tenía y todo lo que pudieras darme. Intento buscar una explicación y sigo sin entenderlo, pero algo me dijo que no iba a salir bien, y que tenía que quedarme con lo que éramos, sin pensar en lo que algún día podríamos llegar a ser.

Te juro que te quise como nadie va a quererte en este mundo, lo juro. Yo, que era tu princesa, la niña de los abrazos-que-te-hacen-seguir-adelante, la despistada que se dejaba las llaves en casa y tenías que esperarla en el portal, la de los besos amargos con sabor a sal, con la que tomabas los cafés más largos del mundo. Era yo, y eras tú. Y por eso éramos la mezcla perfecta que nos hacía especiales. Y ahora tú también has abandonado la estación, odiándome y odiando cada uno de mis abrazos, creyendo que te mentí en todo momento. Diciéndole una dirección inventada a un taxista sólo por dar vueltas y dejar de pensar. Y luego volverás a ese piso que huele a rosas, a mariposas en el estómago y a palabras de amor. A nosotros.

Te tumbarás en la cama y cerrarás los ojos, como yo. Y al despertar, habrá salido de nuevo el sol y mi mirada cruzará tu mente con un pinchazo en el pecho. Pero yo estaré esperando debajo de tu casa, con una rosa en la mano y mi sonrisa de pedir perdón. Con el corazón latiendo a mil por hora y esa ilusión en los ojos de las cosas nuevas que empiezan. Con cara de querer pasar el resto de mi vida a tu lado. Con cara de darte el beso más largo del mundo. Con cara de perderme entre tus brazos.
Con cara de saber lo que quiero, y con la certeza de que eres y siempre serás tú.

sábado, 17 de septiembre de 2011

Les observé desde lejos toda la noche...

... bastaba un segundo para darse cuenta de que se amaban. Los dos temblaban y bajaban la mirada al suelo cada vez que se rozaban la mano. No podían evitar que se les escapara la sonrisa de la boca y el tiempo entre las manos, hablaban atropelladamente y se interrumpían, callaban y volvían a reír.
No sé porque me fijé en ellos, ni en qué punto exacto. Decidí desconectar del resto del mundo para centrar la vista en lo que para ellos era una galaxia entera. Era su universo, y conocía la sensación de estar flotando entre estrellas, la sensación de que iban a comerse el mundo y que tenían la Tierra a sus pies. Estaban juntos y por eso lo pensaban. Yo solía pensarlo también.

Cuando hay alguien que te hace sentir así, no deberíamos soltarle nunca. Encontrar una persona tan especial que te haga olvidarte de cómo seguir respirando, es maravilloso.

Por eso les miraba, me emocionaba con sus gestos y sus palabras llegaban a mi oído con total claridad. Imaginé que estaba viviendo ese momento y que mi corazón latía al ritmo que latían los suyos. Que estaba sintiéndome viva y plena y que la sangre corría por mis venas a la velocidad de la luz. Cerré los ojos y por un solo segundo, experimenté de nuevo esa sensación de estar tocando el cielo con la punta de los dedos.

Pero duró un momento y entonces volví a bajar. Dolía sentir los pies sobre la tierra otra vez, y dolía ver como se alejaba la nube en la que habías estado hacía un momento. Pero así es la vida y empecé a pensar que debía acostumbrarme a ello. El amor te hace subir como la espuma, y su caída es tan rápida que en cuanto te das cuenta, todo eso que era tu vida es sólo un recuerdo. Con el tiempo un recuerdo feliz, pero al fin y al cabo un recuerdo más.

Cuando abrí los ojos ya no estaban. Sus huellas aún estaban impregnadas en la arena, juntas, alejándose hacia algún lugar que volvería a significar todo para ellos. No sabía el tiempo que había pasado, pero entonces me di cuenta que no sabía qué estaba haciendo allí.

Y me fui.

Me fui a buscar a esa persona que me hiciera olvidarme de como seguir respirando.

martes, 13 de septiembre de 2011

Un minuto más.

El dia en que tus ojos azules se acerquen a mi sin cruzar una palabra.
Callaré y negaré que lo que resbala por mi mejilla es una lágrima. Te miraré y serás la imagen más bonita del mundo. Serás real.
'Te he echado de menos', pronunciaré.
'Yo siempre lo hice', responderás.

Me darás la mano y te acercarás. Te juro que intentaré besarte. Pero serás más ágil... Te escabulles de mis brazos y desapareces. Te vas de nuevo.
Deja que te encuentre, necesito un minuto más antes de que te desvanezcas de nuevo.

Necesito que seas real por sesenta segundos más. Sesenta segundos son suficiente para querer a una persona como jamás se ha querido a nadie.

viernes, 9 de septiembre de 2011

Me duele pensar en ti.

Me duele pensar en ti, y recordar cada mirada de complicidad, recordar el sonido de tus pasos al acercarte y sentir el corazon extrañamente acelerado. Me duele recordar como te miraba y como me guiñabas el ojo, como me tocabas la cara y como hacías para hacerme sentir la persona mas especial del mundo. Que vinieras hacia mi y se detuviera el tiempo, que te acercaras un milímetro, que me dieras la mano y me tocaras el alma. Me duele cuando recuerdo los días tristes, tú a lo lejos con los ojos de llorar y yo inmóbil, a diez metros de ti pero incapaz de salvar esa distancia. Me sentía a kilómetros de tu mundo, y dar un paso parecía saltar al vacío. Y nunca me arriesgué. Podría haberlo hecho pero nunca fui capaz de avanzar, de cogerte de la mano y mirarte a los ojos, de preguntar si te pasaba algo. Sentía que debía protegerte y jamás lo hice. Por dentro me moría por abrazarte y sacarte una sonrisa, pero no podía moverme. Paralizaste cada músculo de mi cuerpo. No sabes cuanto me arrepiento de haber dejado pasar tantas oportunidades de cambiar el rumbo de la historia, de haberme intentado convencer de que no sentía nada y de haberme intentado proteger enfadándome contigo.

Me equivoqué tanto... Y te dejé escapar de todas las formas posibles en las que podía hacerlo. Lo siento tanto, amor.

Por eso me duele pensar en ti. Porque a veces, apareces en mi mente y aún soy capaz de sentirte. Porque jamás olvidaré la primera vez que te vi. No puedo, te juro que lo he intentado pero no puedo.