miércoles, 4 de mayo de 2016

¡Me mudo!

¡Hooola!


He decidido cambiar de página.

Me he comprado un dominio y todas esas cosas tan profesionales, así que ahora podéis encontrarme aquí. (Es lo mismo pero acabado en .com y con un diseño más molón. Y que con Wordpress me aclaro mucho más, todo sea dicho). Está todo exactamente igual, comentarios, entradas... Pero en otro sitio. Renovarse o morir.


Visitadme pronto, que después de cinco años molestando con mis ñoñerías me da pena y todo.


¡Muchas gracias!


Elena.

Sobre cómo seré yo si no es contigo

Y me dices así, con esta voz tan tuya, que me enamore, que sea feliz.
Y yo te miro y pienso en cómo diablos voy a ser feliz si me sonríes así.
Que cómo voy a ser feliz con alguien que no seas tú.
Que cómo seré yo, si no es contigo.
Es difícil encontrar palabras para describir la sensación que me eriza la piel cada vez que me miras. Porque al fin y al cabo, el amor sólo era eso, cuestión de piel. De descuadrar esquemas, de que me tires por el suelo todos mis dogmas, y que se me desangren las venas con oír tu voz.

Mira lo que has hecho conmigo, ya no sé ni qué escribir.
Me has robado las palabras y el sentido común. La capacidad de razonar para quedártela a tu antojo, y hacer con mi coherencia lo que hace el otoño con las copas de los árboles.
Me has convertido en una versión de mí misma que no sé reconocer, alguien que empieza y acaba el día soñando con robarte una sonrisa de alguna manera u otra.
Y se me caen las ideas a tus pies cuando apareces, y siento que sólo cuando tú estás estoy en el sitio adecuado. Al lugar donde pertenezco, como si casa ya no fuera un sitio sino tú.

Me encantaría que las cosas no fueran como son,
que tú no fueras tú,
y sobre todo, que yo no fuera yo.

Pero supongo que si el universo ha conspirado para que nos encontremos así,
también va a hacerlo para que nos despidamos de la misma manera.

Y sé que llegará el día en que ya no pensaré en ti, que serás recuerdos. Partes que irán diluyéndose en mi memoria a medida que otras le vayan sustituyendo. Aunque quien ha tenido la mala suerte de encontrarse con la magia en el peor de los momentos sabe que quién ha sido magia nunca deja de serlo. Y que te encontraré en las esquinas, en las baldosas de tu calle, en la mediocridad del resto de la gente. Y de vez en cuando pensaré en ti como si no pasara nada y como si nunca te hubiera dejado escapar porque no estaba en mis manos. Pensaré en la ironía del destino y en la injusticia de haber tenido licencia para mirarte a los ojos y haber apartado la mirada. Pensaré en todas las cosas que nunca te he dicho, y en lo que te voy a echar de menos sin que tú te lo imagines. Ojalá encuentres a alguien a quien también se le descontrolen los latidos cuando le hablen de ti, y yo encuentre a otra persona de la que escribir bocetos que nunca irán a ningún lado.

Como todo esto.
Como casi siempre.
Palabras desencadenadas buscándole sentido a una historia que nunca lo ha tenido.
Porque desde el principio se ha tratado de esto.
De descrifrarte entera, aún a riesgo de abandonarme a mí en el intento.
De buscarle explicación,
de encontrar una razón,
y acabar perdiendo el juicio.

jueves, 28 de abril de 2016

Sobre la vida y otros tópicos

Celebremos la vida por aquellos que ya no están. Celebremos cada maldito minuto como no lo podran hacer aquellos a los que les han arrancado la esperanza de cuajo. Y aquellos que los amaban. A los que no les han quitado la vida pero sí las ganas de vivir, que es como respirar en muerte emocional.

Te lo debo a ti y a todos de los que no conozco el nombre. Se lo debo a tus padres, a sus hermanos y a sus amigos. Me lo debo a mí y a toda la gente con la que me he cruzado. A todos aquellos que han dedicado alguna vez un minuto a pensar en mí. A los que les hemos conseguido sacar una sonrisa, y con el permiso de a quién hemos hecho llorar, también a ellos.

A veces no somos concientes de que es un privilegio poder despertarse cada día por la mañana. De que es también suerte que podamos quejarnos porque llueva, porque se nos estropea el pelo. Que perdemos las ganas de seguir con la rutina, como si no fuera suficiente regalo solamente el poder hacerlo.

Hace tiempo que empecé a tener miedo de los planes a largo plazo, y a invadirme una especie de miopía temporal cuando intento mirar hacia adelante. Veo borroso el futuro que supuestamente se abre delante de mí porque me he incapacitado para tomar decisiones que no sé a ciencia cierta que llegaré a ejecutar. Me da miedo hablar esperanzada de mis sueños, por si no llegan a cumplirse y tengo que analizar con nostalgia todo lo que esperaba llegar a ser y no he sido. Y aunque suene a manual de tópicos, prefiero vivir hoy intensamente por si el mañana nunca llega.

Reflexiono sobre la vida con el vestido de una sabiduría que por edad me queda grande, pero hablo desde una experiencia que quizás nunca le ha ido a la par. He deseado crecer desde que era una niña, siempre esperando una época que no me tocaba, siempre queriendo llegar a una meta. La de los 16, la de los 18, la de los 30. Y así miro hacia atrás y a veces me arrepiento de no haber exprimido los catorce años con la inocencia de quien es consciente de que los tiene. Siempre he puesto la mirada hacia adelante, convenciéndome de que era mucho más mayor de lo que era. Y a veces lo he sido. Y no he podido evitar sentirme fuera de lugar por conectar con alguien que me infravaloraba de primeras. De oír cómo ignoraban mi opinión sin darme la oportunidad de escucharme. Siempre he querido hacerme oír y ahora que empiezo a abrirme paso, le cojo miedo a la vida.

Es difícil aferrarse a ella cuando te parece algo tan frágil como una copa de cristal en una vía de tren. Paso demasiado tiempo intentando protegerme de fuerzas contra las que, al final, no voy a poder hacer nada. No creo en el destino porque no creo en no poder ser responsable de todas las decisiones, ni en caminos que te llevan a ciegas sin que tú los hayas escogido. Prefiero pensar que soy dueña de lo que hago, y que si me equivoco, puedo hacerlo mejor, sin caer en la trampa de culpar a algo intangible. 

Esta es una declaración de intenciones, una especie de legado que sólo puedo dejar con mis palabras. Tengo tantas ganas de comerme el mundo que a veces se me atraganta. Pero me levanto de nuevo como si el fracaso de ayer nunca hubiera sucedido y hoy fuera una nueva oportunidad para ser la persona que quiero. 

No sé lo que pensaré mañana, pero esta es hoy, la versión de mí. 

martes, 26 de abril de 2016

Despedidas

Me acordaría perfectamente del día en que me despedí definitivamente de ti si alguna vez lo hubiera hecho.

Me acuerdo de las noches escribiéndote, de los momentos en que tenía que borrar las frases y volver a construirlas porque con ninguna sabía expresar cómo se me estaba rompiendo el corazón exactamente.

Que intenté plasmar todas las grietas, y que intenté escribir porque me sangraba la voz al intentar hablarte.

Pensé en llamarte con un discurso elaborado que de nada hubiera servido porque, de nuevo, hubiera colgado sin decirte adiós, como si fuera esa la palabra maldita que no quería pronunciar por miedo a que se hiciera realidad.

Pasé demasiado tiempo ahuyentando la idea de no volver a verte nunca más, sabiendo que algún día tendría que toparme con ella de frente, y al pedirme explicaciones, tampoco sabría cómo responder. “¿Por qué te has negado todo este tiempo?” La felicidad no era esto. Pero para mí era inimaginable proyectar un futuro en el que no tenía cabida tu sonrisa, y prefería escudarme en los recuerdos porque todo lo que rodeaba a la realidad me parecía insuficiente.

Intenté escribir el documento definitivo una y otra vez, una declaración de intenciones que pusiera el punto y final a una historia que se había cerrado hacía demasiado tiempo, pero cuando tuve el valor para hacerlo, ya no tenía sentido.

Y ahora, mirando hacia atrás en una especie de retrospectiva emocional, comprendo que, sin darme cuenta, llegó el momento. El momento de decirte adiós con la cabeza y con el alma. Y que no vino acompañado de ninguna carta ni ningún mandato, que ni siquiera me di cuenta de cuándo dejé de pensar en ti, de cuándo dejé de desear que quién me besara fueras tú. No sé en qué punto exacto dejé de imaginarte por las noches, o de buscarte por las esquinas, ni de encontrarte entre mis sueños. Desapareciste poco a poco de mi vida sin necesidad de despedidas, y ahora afronto el pasado con la sonrisa en la mano y el corazón en su sitio de nuevo.

Porque también he aprendido que hay historias que no necesitan finales. Que el tiempo se encargará de cerrar las heridas en el momento preciso.

Me despedí de ti hace tiempo desde la verdad más absoluta. 
Cuando quise no era el momento, y ahora ya no lo necesito.

miércoles, 13 de abril de 2016

Hoy no sé en qué creer

Me gustaría, por un día, que alguien, algo, me dijera qué es lo que tengo que hacer y cómo lo tengo que hacer. Hoy no quiero arriesgarme, quiero apostar seguro.
Que me digan que lo intente mañana, que va a salir bien.

Ya lo sé, que la magia reside precisamente en este tipo de incertidumbre. Que las cosas más maravillosas son las que aparecen de la nada. Las que te despeinan el alma de un minuto para otro. Las que ves venir como un coche sin frenos sin que puedas hacer nada para pararlo.
Que se deben romper los corazones, que a veces hay que dejarse apedrear las ilusiones para aprender. Aprender lecciones que no están en ningún manual ni en ningún libro de texto. Que no hay directrices más sabias que las que se adquieren en la oscuridad. Que hay que dejarse inundar de ella para aprender a apreciar la luz. Y hay que llorar cincuenta veces para valorar que, la siguiente, ni dolerá tanto, ni te cogerá tan desprevenida.

Volvería a cometer todos mis errores porque sin ellos no sería quien soy, ni estaría donde estoy. Sin ellos no hubiera llegado aquí, ni hubiera conocido a ángeles con apariencia de personas con los que me he cruzado por el camino.

Pero ya he aprendido suficiente del dolor, y hoy no quiero arriesgarlo todo a una carta. No quiero correr el riesgo porque, por una vez, sí que me importa perder. Quizás esta vez prefiero vivir con el “¿y si?” que saber que la respuesta hubiera sido un no. Por una vez quiero culparme a mí por no haber hecho lo suficiente, aunque la duda me martirice todas las noches. No quiero conocer esos fantasmas porque prefiero pensar que si no sucedió fue porque no lo intenté a saber que no sucedió porque nunca fui lo suficiente.

No creo en el destino, pero hoy prefiero abrigarme debajo de esta cobarde excusa.

Será por miedo,
o porque por una vez

no quiero ser yo la valiente.

domingo, 3 de abril de 2016

Que dicen que hay cinco minutos de tu casa a la mía



...pero ellos ya saben que yo tardo el doble porque me tiemblan las piernas. 

Desde la punta de tu esquina se deben oír los latidos de mi corazón, bombeando al ritmo de las ambulancias que serpentean por la ciudad a las tres de la mañana. Desde tu ventana, se me vería llegar, tocándome el pelo, exhalando humo y ganas de verte. Que de esas me sobran, y lo que me falta, muchas veces, es la valentía para decirte que hoy sí, que me he despertado sabiendo que ya te quiero. 

Y que ya lo supe mucho antes, desde el día en que me empezó a vibrar el pulso cuando oía tu voz desde la otra punta de la habitación. Que me ponía celosa al escuchar tu nombre en los labios de otro, como si esas dos sílabas sólo sonaran bien en mi voz. Y me ponía nerviosa incluso al pronunciarlo, y me sacudía las partículas llamarte, como si fuera a desgastarte la atención de tantas veces que algo me impulsaba a hacerlo.

Como si de todas las cosas que te conté, aún no te hubiera dicho las más importantes. Como si cada día para mí fuera una aventura en cualquier paseo a la manzana porque lo daba contigo. Y siempre volvía a casa sonrojada, y castigando con los tacones a las baldosas de mi calle, porque me había(s) encantado una vez más y tú aún no lo sabías. 

Y reía sola por la calle recordando que otra vez, habíamos dicho las mismas palabras de manera sincronizada. Y que te miraba y pensaba "bendita la suerte de los que te conocieron en el momento adecuado". Y maldita la mía, por encontrarte tarde.

Y pensaba que de poemas se habrían llenado los bolsillos aquellos que habían conocido tu espalda. Y los que te habían visto despertarte a destiempo a media mañana. Y moría de celos una vez más por ocupar el lado incorrecto de tu cama, y por estar siempre un paso por detrás. 

Observaba como te miraba la gente por la calle, y deseaba que les quemaran las pupilas por mirarte demasiado, como si todo el mundo en este garito quisiera hacer el amor contigo. 

Y por un momento olvidaba que no, que no eras mía, y que no tenía licencia para partirle la boca al que quisiera llevarte a su casa a por la última copa.

Pero qué quieres, se volvió todo inevitable. Y empecé a echar de menos lugares en los que nunca habíamos estado.

Que de injusticias podría hablar durante años seguidos, solamente en fijarme en cómo se te sube la falda cuando corres porque llegas tarde. No te das cuenta de las veces que te observo porque siempre tienes otro sitio donde poner la atención, pero si lo hicieras, admitirías que son demasiadas.

Que sobrepaso el límite estipulado para aquellos que han perdido la razón por alguien con quien nunca han estado predestinados. 

jueves, 31 de marzo de 2016

Tengo miedo

Tengo miedo de quedarme a solas conmigo. Tengo miedo de que el inconsciente me traicione y me susurre al oído todas las cosas que sé que van a pasar, pero que aún no quiero oír.
Tengo miedo de tener que despedirme. De que la realidad me golpee con toda su fuerza y me mire sonriendo, pensando “pobre ilusa, nunca ha habido opciones de acabar de otra manera”. Y tengo miedo de mirarme al espejo y fijarme en mis ojos. Tengo miedo de perder el brillo, de sentirme así de vacía el resto de mi vida. Tengo miedo de que esto pueda conmigo.
Tengo mucho miedo porque es injusto ganarse el cielo poco a poco y que te lo arrebaten en un segundo.
Echaré de menos cada momento que he estado a tu lado, y sé que una vez me marche, miraré las fotos, las cartas, las llamadas con nostalgia, intentando deshacerme a toda prisa el nudo que se me formará en la garganta para no echarme a llorar. Y si algún día nos cruzamos por la calle, fingiré que no me rompe(s), que ya ha pasado, que soy feliz, que me encanta mi nueva vida.
Pero tú y yo sabremos que no es así.

Es muy difícil aprender a afrontar un final. Se necesita un valor enorme que ya no sé dónde buscar. Por una vez, me gustaría que la valiente fuera otra. Me gustaría admitirlo, ser cobarde, esconder la cabeza, bajar la mirada. Que hoy no quiero afrontar mis problemas, que no quiero ni siquiera pensar que existen. Que aunque suene a tópico, lo que yo quiero es ser feliz, y es que aquí lo he sido tanto...

Cuando la sombra de estos pensamientos amenaza con volver a invadirme las emociones, me sacudo un poco el alma, relativizándolo todo como he aprendido a hacerlo después de tantos años. Pero hoy, ahora, no quiero. Hoy quiero darle la importancia que se (me) merece. Y quiero quejarme como una niña, y quiero estar triste porque es lo único que se me ocurre. Y me escondo debajo de las sábanas, intentando no dar rienda suelta a todo esto, pero otra vez, el maldito miedo, me atenaza las fuerzas.