Te acercas como siempre entre la gente, tan tuya, tan ausente, con
esa manía que tienes tú. Así de lejos, haces que todo me parezca hasta fácil.
Que venga a saludarte, que te de un beso, que te mire a los ojos. Llevas la
seguridad atada en el descosido del vestido, qué lástima que sólo sea yo la que
sepa que es sólo eso. Tan frágil como el maquillaje que te has puesto hoy. Y tú
aún no lo sabes, pero en el fondo, también estás temblando de miedo. Pasas a
diez centímetros de mis caderas, pero esta vez no te paras a seguirme el
compás, y provocas que la gente se gire cuando pasas, y no es sólo por el
revoloteo de tu falda. Te observan como yo, y no debería darme cuenta de que
hay tanta gente en este local que moriría por hacerte el amor. Pero la única
que sabe cuál es tu sonrisa después de un orgasmo soy yo. Y, joder, cómo duele
eso. Que te haya mirado el alma a través de los ojos tantas veces, y ahora
pasas por mi lado sin ladear la cabeza. Sin tocarte el pelo como cuando te
pones tonta, y me encanta, y yo te miro con esta cara de gilipollas y tú te
ríes con esa risa tan tuya, por la que movería montañas si no me encontrara ya
en el cielo. Como cada mañana, como cada día después, como si no hubiera pasado
nada, ni te hubiera tenido entre mis brazos hasta que te hubieras quedado
dormida. Te he visto despertar cien veces sin que tú lo sepas, fingiendo que no
oía como te marchabas intentando no hacer ruido. Y a veces te he besado cuando
creías que no me daba cuenta de que me estabas besando. He sentido estas mudas
despedidas aguantándome las lágrimas hasta que has cerrado la puerta. Y luego
me he derrumbado. Así, tan fácil. Porque tenerte y perderte es tan difícil como
verte pasar a lo lejos sin poder acercarme. Es tenerte a dos milímetros y nunca
agarrarte. Como tú haces, vienes, te marchas, pero nunca te quedas. A veces me
planteo que pasaría si te dieras cuenta de que en realidad siempre me despierto
antes que tú, y que si no afrontas las mañanas es porque me conformo con sólo eso,
porque nunca pensé que te tendría a ti, aunque fuera a ratos y cuando tú
quieras. Dejo que me quieras a tu manera, dejo que juegues conmigo y juego a
descifrar el brillo de tu mirada como si hubiera algo más. Como si me creyera
las excusas de por qué nunca me llamas, y por qué aún así, siempre acabas en mi
cama. Me gusta imaginarme que un día las cosas cambian, y no huyes, que te
quedas hasta el día siguiente no, el otro. Y nos tumbamos en el sofá a ver las
tonterías que te gusta ver los domingos y fumamos, y me cuentas tu vida de esa
manera en que la cuentas tú, que hace que me interese hasta tu talla de
zapatos. Es precioso imaginar que existes más allá de las paredes de mi
habitación.
Y ahora has vuelto a pasar. No sé, quizá luego me acerque. Sé a
cuantas cervezas tengo que invitarte para que empieces a mirarme de verdad. Y
que el sábado que viene serás tú quien me suplique que me quede, que una
canción más, que aún no te quieres ir a casa. Y yo como una idiota te voy a
ofrecer todos los bailes que quieras, y de repente me vas a parar como lo haces
siempre, y preocupada me preguntarás si te quiero. Y yo me reiré y te diré que
no, que claro que no. Y entonces fingirás que eso es lo que querías oír y
dirás, ah vale menos mal. Y harás como que no pasa nada. Pero sí que pasa. Y
claro que te quiero.
Pero tú aún no lo sabes. Y quizá aún no lo sé ni yo.