Me empujó suavemente hacia dentro del vagón y con sus brazos me rodeó por detrás. Sonreí, en momentos como esos deseaba parar el tiempo y que todo se reduciera a nosotros dos. Andamos como pudimos hacia la pared del metro casi vacío y me giré. Sus ojos color café brillaban y yo me perdía en ellos, en el profundo abismo de todos los secretos que escondía bajo su mirada. La punta de su fría nariz tocó la mía y susurró algo que fui incapaz de entender, yo seguía como una tonta sonriendo y buscando sus pupilas, y cada vez que nos encontrábamos, notaba que mi corazón se aceleraba más y más. Poco a poco estábamos más cerca y podía notar su aliento, podía oler su pelo y recibir todas las descargas eléctricas que me mandaba con solo tocar mi piel. Sabíamos que la gente nos miraba y nos daba igual, sabíamos que comentaban y no nos importaba nada, "estamos tú y yo y si quiere, que se acabe el mundo".
Acercó sus labios a los míos y cerré con fuerza los ojos. El tornado de sensaciones dentro de mí cuando me besaba era tan absolutamente inmenso, que era incapaz de mantenerlos abiertos. Me sentía viva, jamás había sentido nada parecido y era algo tan nuevo, tan abismal, tan atrayente, que notaba como me precipitaba hacia ese sentimiento de manera incontrolada. Y así tantas veces, ni siquiera soy capaz de acordarme del tiempo que duró ese trayecto. Fui feliz. Fui feliz como nadie lo ha sido jamás en este planeta.
Pero ya no está. Quiso llevarme consigo y se fue antes de que pudiera alcanzarle. Sigo pensando en todo lo que fuimos y sigue rompiéndose mi corazón. Pero ahora estoy bien. Ya no soy yo, porque sin él yo no soy nada, pero (sobre)vivo así como puedo. Y no puedo pedir nada más, porque lo que quiero, lo que realmente deseo, son recuerdos que jamás volveran.
No hay comentarios:
Publicar un comentario