Me he dado cuenta de que te busco todo el rato. Incluso en las cosas más pequeñas, en las tardes tontas tiradas en un bar, en compartir mi cigarro contigo, en pedir una cerveza en vez de dos. Echo de menos reservarte tu silla, sentarme a tu lado, que me beses por la espalda y se me cierren los ojos. Que me quede tocándome los labios y sonriendo como una idiota porque también llevas toda la tarde queriendo besarme. Que la gente me hable en plural, que rías conmigo, que me alegres el día poniéndole los ojos en blanco a mis tonterías. No quiero volver a dormirme pensando "en otra cosa", ni volver a casa sin tus mariposas, que no nos cueste despedirnos, que no pegues la espalda a mi puerta y te susurre "cinco besos más y nos vamos". Echo de menos las miradas que guardabas sólo para mi, el tejado que fue testigo de las veces que estuve apunto de perder el control contigo, cuando mi piel enloquecía bajo tus huellas dactilares. Mi pelo echa de menos tus manos y los taxistas no disimulan para no sonreír ante el retrovisor, y el tiempo pasa más lento si no estás para acelerarme el corazón. Ya no sonrío en el espejo al ver mis mejillas sonrojadas y las manchas moradas en mi cuello, y ya no recuerdo cómo era oír que te encantaba y te encantaba estar conmigo. Qué mono más tonto para una droga tan efímera. Qué jodidamente insoportables son los días sin tus dosis, mientras me revuelvo en la cama como si así todo lo de afuera no existiera, intentando buscar cómo puedo convencerme de que nunca has estado aquí, de que nunca me has mirado como me has mirado.
"No sabes qué decir", me decías, cuando yo callaba sonrojada gritando que era muy mala para estas cosas. Y no lo era, pero me dejabas sin palabras.
Menos ahora. Cuando echo la vista atrás y pienso como pude ser tan tonta de no ver que te quise cada minuto que pasé contigo. Que te quise sin quererlo y sin darme cuenta. Y que te sigo queriendo ahora que ya no puedo hacerlo.
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