Sería lógico que te diera una explicación. Vaya, sé que es lo que esperas de mi, que venga corriendo hacia ti y te cuente porque me fui, así, sin decirte nada. La verdad es que no tiene sentido, ni lo tuvo entonces. Quería quedarme, quería quedarme a tu lado toda la noche, quería intercambiar contigo besos y caricias, quería verte susurrar en sueños. Pero algo me dijo que tenía que irme, alguna fuerza invisible me empujó irremediablemente lejos de tus brazos y todo se desvaneció. Fue cuestión de segundos, quizás ni eso, fue una palabra, casi ininteligible. Miedo. Miedo de todo lo que podría venir después. Fue miedo a quererte y a que me quisieras, miedo de este huracán de sentimientos que escondía dentro de mí y que podías desatar con solo un abrazo. Miedo a demostrarte que tenías razón, que podía dejarme llevar y olvidarme de todo, y que no importaba nada más. Pero no es así. Quizás el problema es que sí me importaba todo lo demás, que soy incapaz de separarme de todo a lo que me ato para estar contigo, aunque eso implique ser feliz. Fue egoísta por mi parte, pensé solamente en mí y ni siquiera me paré a pensar que quizás te estaba haciendo daño, que tú me esperabas, que tenías la seguridad de que volvería. Pero no lo hice, y di media vuelta, abandonando el futuro que se extendía en nuestras manos, pisando esas mañanas en las que podría levantarme y serías la primera persona en darme los buenos días, atropellando cada uno de los te quiero que podrías haberme susurrado al oído, cada canción que podría haber sido nuestra. Dejé eso atrás y te abandoné, como un cobarde que huye porque tiene miedo de las consecuencias que conlleva amar.
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