Me gustaría, por un día, que alguien, algo, me dijera qué es
lo que tengo que hacer y cómo lo tengo que hacer. Hoy no quiero arriesgarme,
quiero apostar seguro.
Que me digan que lo intente mañana, que va a salir bien.
Ya lo sé, que la magia reside precisamente en este tipo de
incertidumbre. Que las cosas más maravillosas son las que aparecen de la nada.
Las que te despeinan el alma de un minuto para otro. Las que ves venir como un
coche sin frenos sin que puedas hacer nada para pararlo.
Que se deben romper los corazones, que a veces hay que
dejarse apedrear las ilusiones para aprender. Aprender lecciones que no están
en ningún manual ni en ningún libro de texto. Que no hay directrices más sabias
que las que se adquieren en la oscuridad. Que hay que dejarse inundar de ella
para aprender a apreciar la luz. Y hay que llorar cincuenta veces para valorar
que, la siguiente, ni dolerá tanto, ni te cogerá tan desprevenida.
Volvería a cometer todos mis errores porque sin ellos no
sería quien soy, ni estaría donde estoy. Sin ellos no hubiera llegado aquí, ni
hubiera conocido a ángeles con apariencia de personas con los que me he cruzado
por el camino.
Pero ya he aprendido suficiente del dolor, y hoy no quiero
arriesgarlo todo a una carta. No quiero correr el riesgo porque, por una vez,
sí que me importa perder. Quizás esta vez prefiero vivir con el “¿y si?” que saber
que la respuesta hubiera sido un no. Por una vez quiero culparme a mí por no
haber hecho lo suficiente, aunque la duda me martirice todas las noches. No
quiero conocer esos fantasmas porque prefiero pensar que si no sucedió fue
porque no lo intenté a saber que no sucedió porque nunca fui lo suficiente.
No creo en el destino, pero hoy prefiero abrigarme debajo de
esta cobarde excusa.
Será por miedo,
o porque por una vez
no quiero ser yo la valiente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario