jueves, 28 de abril de 2016

Sobre la vida y otros tópicos

Celebremos la vida por aquellos que ya no están. Celebremos cada maldito minuto como no lo podran hacer aquellos a los que les han arrancado la esperanza de cuajo. Y aquellos que los amaban. A los que no les han quitado la vida pero sí las ganas de vivir, que es como respirar en muerte emocional.

Te lo debo a ti y a todos de los que no conozco el nombre. Se lo debo a tus padres, a sus hermanos y a sus amigos. Me lo debo a mí y a toda la gente con la que me he cruzado. A todos aquellos que han dedicado alguna vez un minuto a pensar en mí. A los que les hemos conseguido sacar una sonrisa, y con el permiso de a quién hemos hecho llorar, también a ellos.

A veces no somos concientes de que es un privilegio poder despertarse cada día por la mañana. De que es también suerte que podamos quejarnos porque llueva, porque se nos estropea el pelo. Que perdemos las ganas de seguir con la rutina, como si no fuera suficiente regalo solamente el poder hacerlo.

Hace tiempo que empecé a tener miedo de los planes a largo plazo, y a invadirme una especie de miopía temporal cuando intento mirar hacia adelante. Veo borroso el futuro que supuestamente se abre delante de mí porque me he incapacitado para tomar decisiones que no sé a ciencia cierta que llegaré a ejecutar. Me da miedo hablar esperanzada de mis sueños, por si no llegan a cumplirse y tengo que analizar con nostalgia todo lo que esperaba llegar a ser y no he sido. Y aunque suene a manual de tópicos, prefiero vivir hoy intensamente por si el mañana nunca llega.

Reflexiono sobre la vida con el vestido de una sabiduría que por edad me queda grande, pero hablo desde una experiencia que quizás nunca le ha ido a la par. He deseado crecer desde que era una niña, siempre esperando una época que no me tocaba, siempre queriendo llegar a una meta. La de los 16, la de los 18, la de los 30. Y así miro hacia atrás y a veces me arrepiento de no haber exprimido los catorce años con la inocencia de quien es consciente de que los tiene. Siempre he puesto la mirada hacia adelante, convenciéndome de que era mucho más mayor de lo que era. Y a veces lo he sido. Y no he podido evitar sentirme fuera de lugar por conectar con alguien que me infravaloraba de primeras. De oír cómo ignoraban mi opinión sin darme la oportunidad de escucharme. Siempre he querido hacerme oír y ahora que empiezo a abrirme paso, le cojo miedo a la vida.

Es difícil aferrarse a ella cuando te parece algo tan frágil como una copa de cristal en una vía de tren. Paso demasiado tiempo intentando protegerme de fuerzas contra las que, al final, no voy a poder hacer nada. No creo en el destino porque no creo en no poder ser responsable de todas las decisiones, ni en caminos que te llevan a ciegas sin que tú los hayas escogido. Prefiero pensar que soy dueña de lo que hago, y que si me equivoco, puedo hacerlo mejor, sin caer en la trampa de culpar a algo intangible. 

Esta es una declaración de intenciones, una especie de legado que sólo puedo dejar con mis palabras. Tengo tantas ganas de comerme el mundo que a veces se me atraganta. Pero me levanto de nuevo como si el fracaso de ayer nunca hubiera sucedido y hoy fuera una nueva oportunidad para ser la persona que quiero. 

No sé lo que pensaré mañana, pero esta es hoy, la versión de mí. 

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