domingo, 3 de abril de 2016

Que dicen que hay cinco minutos de tu casa a la mía



...pero ellos ya saben que yo tardo el doble porque me tiemblan las piernas. 

Desde la punta de tu esquina se deben oír los latidos de mi corazón, bombeando al ritmo de las ambulancias que serpentean por la ciudad a las tres de la mañana. Desde tu ventana, se me vería llegar, tocándome el pelo, exhalando humo y ganas de verte. Que de esas me sobran, y lo que me falta, muchas veces, es la valentía para decirte que hoy sí, que me he despertado sabiendo que ya te quiero. 

Y que ya lo supe mucho antes, desde el día en que me empezó a vibrar el pulso cuando oía tu voz desde la otra punta de la habitación. Que me ponía celosa al escuchar tu nombre en los labios de otro, como si esas dos sílabas sólo sonaran bien en mi voz. Y me ponía nerviosa incluso al pronunciarlo, y me sacudía las partículas llamarte, como si fuera a desgastarte la atención de tantas veces que algo me impulsaba a hacerlo.

Como si de todas las cosas que te conté, aún no te hubiera dicho las más importantes. Como si cada día para mí fuera una aventura en cualquier paseo a la manzana porque lo daba contigo. Y siempre volvía a casa sonrojada, y castigando con los tacones a las baldosas de mi calle, porque me había(s) encantado una vez más y tú aún no lo sabías. 

Y reía sola por la calle recordando que otra vez, habíamos dicho las mismas palabras de manera sincronizada. Y que te miraba y pensaba "bendita la suerte de los que te conocieron en el momento adecuado". Y maldita la mía, por encontrarte tarde.

Y pensaba que de poemas se habrían llenado los bolsillos aquellos que habían conocido tu espalda. Y los que te habían visto despertarte a destiempo a media mañana. Y moría de celos una vez más por ocupar el lado incorrecto de tu cama, y por estar siempre un paso por detrás. 

Observaba como te miraba la gente por la calle, y deseaba que les quemaran las pupilas por mirarte demasiado, como si todo el mundo en este garito quisiera hacer el amor contigo. 

Y por un momento olvidaba que no, que no eras mía, y que no tenía licencia para partirle la boca al que quisiera llevarte a su casa a por la última copa.

Pero qué quieres, se volvió todo inevitable. Y empecé a echar de menos lugares en los que nunca habíamos estado.

Que de injusticias podría hablar durante años seguidos, solamente en fijarme en cómo se te sube la falda cuando corres porque llegas tarde. No te das cuenta de las veces que te observo porque siempre tienes otro sitio donde poner la atención, pero si lo hicieras, admitirías que son demasiadas.

Que sobrepaso el límite estipulado para aquellos que han perdido la razón por alguien con quien nunca han estado predestinados. 

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